A las instituciones que atienden a niños y niñas muy pequeños en el programa público de Atención Temprana, están llegando estructuras familiares muy diversas. Una de éstas formaciones son las parejas de dos mujeres que han recurrido a la donación de esperma anónimo para conseguir un hijo. Ambas mujeres se presentan a los profesionales como « madres » del niño aunque una de ellas se autodenomina como la « madre gestante », la que da cuenta de cómo transcurrió el embarazo y la lactancia. Queda eludida toda pregunta por la paternidad, esta forma de reproducción es un derecho avalado por la ciencia.
El sujeto es inscrito en el registro civil con los apellidos de ambas madres, que deben elegir el orden de transmisión ya que en España portamos dos apellidos. Ahí se establece una diferencia simbólica, función engendrada por el lenguaje, dentro de la supuesta equivalencia.
Fabian Fajnwaks, en « Real, Simbólico e Imaginario de la familia »[1], se pregunta por lo que sucede cuando el anonimato del Padre es la única condición de producción de un sujeto. Siempre el niño ha sido un objeto de deseo y por tanto también objeto del fantasma, lo nuevo es la validación por la Ciencia y por la Ley de este deseo y de los fantasmas que lo acompañan. A éstos fantasmas inéditos, habrá que ver qué síntomas inéditos responden. Una primera consecuencia de la no limitación de lo masivo del deseo es la respuesta del sujeto a través de fenómenos de cuerpo.
Aprendemos de los niños en nuestra práctica, cómo se sitúan ante estas mutaciones del orden social, cómo encuentran su lugar en la pluralidad de géneros y cuál es su elección de goce. El niño inventa, crea su síntoma con las cartas que le han tocado, y la función del analista situado siempre del lado del sujeto, es conducir al niño a jugar su partida.
Una de las niñas optó por diferenciar « mamá » y « mami » entre sus dos madres ; otro niño aquejado de un síndrome orgánico grave y cuya madre no puede despegarse de él, ha elegido un objeto (un pañuelo en la boca) del que sí se puede separar.
Marie-Hélène Brousse, en « Un neologismo de actualidad : la parentalidad », considera que el término « parentalidad » impone la equivalencia y la intercambiabilidad, transforma el parentesco y borra la diferencia en provecho de la similitud. Cuando no hay la diferencia padre/madre, que como la diferencia hombre/mujer vela la ausencia de relación, un solo significante produce el « centrarse en el niño », y « la estructura se se instauraría entonces en función de los modos de goce prevalentes y permanentes en el o los padres (parents) »[2]. Apostar al síntoma es la orientación.
Como señala Miller, en el que llamamos niño tenemos la ocasión de poder intervenir antes de que los efectos après-coup de la percusión en el cuerpo por un significante, el ciclo de saber-goce, hayan tomado la forma de un ciclo definitivamente estabilizado[3].
Referencias del autor :
[1] Fajnwaks F., « Real, Simbólico e Imaginario en la familia », Virtualia, n°26, junio 2013, disponible en linea en : https://revistavirtualia.com/articulos/252/debates/real-simbolico-e-imaginario-de-la-familia.
[2] Brousse M.-H., « Un néologisme d’actualité : la parentalité », La Cause freudienne, n°60, febrero 2005, p. 115-123. La traducción es nuestra.
[3] Miller, J.-A., « El niño y el saber », Carretel, n°11, Bilbao, 2012.
Fotografía : © Guislaine Bordez