Hay razones para rebelarse (contra el patriarcado) – Philippe De Georges

« Sacrificio y presente no te agrada; me has labrado oídos ;
holocausto y expiación no has demandado
 ».
David, Salmo 40 a la gloria de Dios.

« No tengo miedo de que el resultado de nuestro experimento sea que
los hombres puedan ser confiados para gobernarse a sí mismos sin un amo
 ».
Thomas Jefferson, a propósito de la redacción de la constitución estadounidense.

El Patriarcado, es el régimen social del Nombre-del-Padre. Psicología colectiva y psicología individual son una sola y única cosa. Lacan lo llamará el discurso del amo, primer y principal discurso de dominación.

Algunas obras sublimas dejan marca de su génesis y su institución. En nuestra cultura, es la Biblia y la tragedia griega que hacen testigo de aquello.

A su vez también de las Euménides de Esquilo. Se trata aquí de juzgar a Oreste, protegido de Apolo, el dios patriarcal, culpable del asesinato de su madre. Él la asesinó en nombre del padre. Las divinidades arcaicas exigen en el nombre de la sangre y de la tierra que se castigue este crimen supremo. Atenea, hija del Dios de los dioses cuyo triunfo asegura, toma la partida del parricidio : « Daré mi sufragio a Orestes / No tengo madre que me haya concebido. / En todo y donde quiera favorezco totalmente al varón / más no hasta las nupcias. / Ciertamente, por el padre estoy »[1].

Ella domestica las Erinias, de cuyos nombres hace un eufemismo (en Euménides, las Benevolentes) al consentirles la parte del fuego, el sacrificio de los primeros frutos : primeros nacidos y primeras cosechas.

Recordemos la única lección del Seminario « Los Nombres-del-Padre »[2], del 20 de noviembre de 1963 : Lacan, amordazado por sus pares y por los padres virtuosos de la institución psicoanalítica, comenta el sacrificio de Abraham : la intervención del ángel que suspende los brazos de Abraham permite que el carnero sea sustituido a Isaac. El gesto del ángel hace pasar del goce del padre feroz – ese dios salvaje que reclama el sacrificio del hijo –, al reino del deseo y de la ley. Para Freud, pasamos del padre gozador de la horda al padre según el Edipo. Para Lacan, el animal sacrificado es el padre primitivo mismo. Dicho de otra manera, si la castración es aportada al hijo, ¡ es el goce de los padres el cual es humanizado !

Así el patriarcado, en su era de oro mítica, se establece barrando el goce antiguo : horror matrix, furor patris. La iglesia vendrá, y sobre sus fuentes de bautismo, se encontrará San Pablo para decir : « No llamen a nadie padre en esta tierra, porque su único padre está en los cielos. »[3] Pero la Iglesia instituida, el brazo espiritual del Imperio, se entregará completamente a la promoción del patriarcado, hasta la forma monárquica de su aparato de derecho divino y su pretensión de la infalibilidad del papa. No nos sorprendemos entonces de que la sacralización de los clérigos bajo este signo tenga su reverso : los curas abusadores. El brazo del ángel a veces no logra sostener la herramienta del sacrificio…

Hoy en día, en el declive de esta larga era histórica, la denunciación del patriarcado puede tomar una forma persecutoria. Es lo que sucede cuando el significante del Nombre-del-Padre es ocultado por una figura imaginaria condensadora de afectos negativos padre de la horda, amo con látigo, avatares del Otro gozador. Pero de una manera u otra, las figuras del padre, las diferentes formas bajo las cuales el significante del Nombre-del-Padre se encarna no son jamás, por definición, solamente simbólicas : estas son imagos, según el término convencional, tomado prestado por Freud y retomado por el primer Lacan, es decir semblantes, mezclas de imaginario y simbólico.

Pasa también que se pueda decir respecto del padre : « él no sabía que estaba muerto ».

En efecto, Freud no vacila al recordarnos que los padres se aferran furiosamente a la patria familiae potestas. Así concibe el padre heredero del derecho romano, el pater familias que tiene derecho de vida y muerte sobre toda su casa, mujeres, niños, esclavos. Aquel del cual depende la vida misma del hijo, a la espera de ser reconocidos y expuestos, o condenados a la nada. Uno no renuncia fácilmente a tanta potencia : ¡ no todos los días son la noche del 4 de agosto !

Nuestra época marcada por la evaporación del padre lo es también por el retorno posible de figuras del padre en lo real, que son entonces figuras de lo peor. Todas las religiones ofrecen variantes de esto, que surgen directamente de sus pasados funestos, y de las tiranías que reflorecen por aquí y por allá, bajo la férula de padres Ubú trágicos, testimonian también de la nostalgia de los Césares. Los unos y los otros no tienen nada que envidiarle al Urvater de las hordas míticas. Los últimos fuegos del patriarcado son, como lo indica Lacan, el reino de una orden de hierro.

Nuestra función no sabría de ninguna manera tener como objetivo, ni horizonte el « salvar al soldado papá » : nosotros no nos proponemos volver a inflar al padre, como se nos invita de todas partes, en el nombre de la Santa Familia, de la ley natural o de la defensa del Trono y del altar, sino más bien a tomar acto de esta dicha-solución (disolución) y a hacer prueba en la clínica, en el uno por uno de los casos, lo que vale como solución sinthomática.

Traducción : Francisco Ignacio Gomez Cerda
Relectura : Giuliana Casagrande

Fotografía: © Valérie Locatelli
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[1] Esquilo, « La Orestíada », Las Euménides, Libros en red, 2004. p. 112.
[2] Cf. Lacan J., « Introduction aux Noms-du-Père », Des Noms-du-Père, Paris, Seuil, 2005, p. 67-104.
[3] Mateo 23 :9