« Un día, dejé de tener sexo con hombres », así concluye el prólogo del último ensayo de Ovidie[1]. Aunque la autora no lo convierte en un manual feminista, denuncia que la heterosexualidad no tiene para ella nada de gratuito y que « desde que el mundo es mundo, las mujeres intercambiaron el sexo por algo. Bienes materiales, seguridad, amor, revalorización »[2]. Retomando la expresión de Monique Wittig, ella decidió « romper el contrato heterosexual ». No es que Ovidie « odie a los hombres, sino que los odia en la cama »[3]. Allí reside sin duda la diferencia con la tendencia actual a la misandria.
Desde hace algunos años, escuchamos a mujeres jóvenes, militantes en movimientos que se califican de neofeministas, elegir el rechazo incondicional a toda relación amorosa y sexual con hombres, aun cuando su elección de objeto y su atracción se dirigían hasta entonces hacia el otro sexo. Se reconocen con el significante misandria, argumentando su decisión por el rechazo de toda dominación patriarcal y presentando a los hombres cisgénero como agresores potenciales, especialmente sexuales. Una joven paciente, vigiladora de las denuncias de los feminicidio, recibida en la BAPU[4], no duda en generalizar y universalizar estos crímenes con esta fórmula : « los hombres nos matan impunemente ».
La relación sexual y amorosa es posible con un hombre a condición de que sea trans. La clínica con estudiantes, en primera línea de los movimientos feministas actuales, nos enseña acerca de lo que se presenta entonces más del lado de las reglas y de las nuevas normas a seguir que sobre la singularidad de una elección de objeto inconsciente. Muy a menudo, esta elección « forzada » de la homosexualidad se realiza según un deslizamiento sin consecuencias sobre fondo de una fluidez de género ya preexistente. El encuentro de los cuerpos no es necesario, ya que la relación puede construirse en el registro de la sororidad y de la militancia compartida.
Estas jóvenes no se presentan como homosexuales – significante poco utilizado – sino como « lesbianas ». ¿ Cuál es la diferencia ? Parece que esto se debe a una voluntad de inscribir este acto en el movimiento feminista radical de sus mayores.
En efecto, el « lesbianismo político » es una corriente que se desarrolló a finales de los años sesenta como medio para combatir el sexismo y la heterosexualidad que, según la tesis desarrollada, es una construcción social. Este movimiento más radical instaba a las mujeres a rechazar las relaciones sexuales con hombres y, por lo tanto, el matrimonio y la vida familiar heteronormada. Los invitaba a reflexionar sobre su propia sumisión al sistema heteropatriarcal. En Francia, M. Wittig, militante del MLF[5] y autora de La Pensée straight[6], teorizó el lesbianismo político, proponiéndolo como una adaptación del sistema patriarcal, más que una voluntad de abolirlo.
Parece que la versión contemporánea va aún más lejos en dirección de la radicalidad. Se afina en lo que hemos señalado como los efectos de la « evaporación del padre »[7].
Referencias del autor :
[1] Ovidie, La Chair est triste hélas, Paris, Julliard, 2023, p. 23. [La traducción es nuestra].
[2] Ibid., p. 23.
[3] Ibid., p. 81.
[4] Bureau d’aide psychologique universitaire, Consultorios de ayuda psicológica universitaria, son centros de consultación abiertos a todos los estudiantes que soliciten una ayuda psicológica.
[5] Movimiento de Liberación de Mujeres.
[6] Wittig M., El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Barcelona, Egales, 2006. Primera publicación en inglés en 1992.
[7] Lacan J., « Note sur le père », La Cause du désir, n°89, marzo 2015, p. 8.
Traducción : Fernando Gabriel Centeno
Relectura : Cinthya Estrada
Fotografía : © Marie Van Roey