Cuando lo permitido deviene obligatorio : el autoritarismo del goce – Andrés Borderías

© Nathalie Crame

No encontramos en Lacan una teoría sistemática sobre la autoridad y el autoritarismo, al menos no de una forma explícita y sin embargo podemos afirmar que Lacan nunca dejó de referirse a esta cuestión, si aceptamos que el autoritarismo en la práctica analítica es efecto del extravío y la impotencia del analista ante lo real del síntoma.

Si hay una teoría sobre el poder y la autoridad en Freud y en Lacan relativa a la cura, esta está extraída de la estructura del síntoma y del imperativo superyoico. Es de allí de donde ambos extrajeron las claves para ubicar la diferencia entre autoridad y autoritarismo en la práctica analítica y en la vida social.

Así, en La Dirección de la Cura Lacan afirma, « Pretendemos mostrar en qué la impotencia para sostener auténticamente una praxis, se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un poder »[1].

Hay un eco de esta afirmación en Hannah Arendt o en Alexandre Kojève cuando señalan el recurso a la fuerza como una diferencia fundamental entre autoridad y autoritarismo[2]. Pero Lacan no perdió nunca de vista el fundamento inconsciente del autoritarismo y su carácter paradójico, al localizar en el goce la causa de la impotencia de la autoridad. Tanto Freud como Lacan apuntan a las exigencias y los imperativos del goce que anidan en el corazón del ser del sujeto, en sus ideales y sus síntomas, como la roca ante la que se estrella la acción de lo simbólico, verdadero fundamento real del autoritarismo, de forma que el superyó se revela como el auténtico tirano que nos habita.

Volviendo a La Dirección de a Cura, señalemos que en ese momento Lacan se dirigía a aquellos que planteaban abiertamente el psicoanálisis como una reeducación emocional del paciente, conduciendo al psicoanálisis hacia las vías de la identificación y la sugestión[3]. Esa vía ya había sido explorada y abandonada por Freud tras sus primeros pasos con la hipnosis, dando lugar a su investigación sobre la transferencia y el alcance de la operación analítica sobre el síntoma, que es en definitiva el terreno en el que se dirime la cuestión de la autoridad analítica.

La posterior deriva autoritaria de la psicología del yo Annafreudiana, a la que hace referencia Lacan en su comentario de la dirección de la cura, así como el papel otorgado a la identificación no fueron simplemente la señal de un extravío en los análisis, sino que tuvieron consecuencias en la formación de los analistas y en el funcionamiento de la IPA, culminando con la excomunión de Lacan en el año 1964.

En ese primer momento de crítica Lacan señaló el olvido de la dimensión significante del inconsciente, del síntoma y del sujeto como razón última de la impotencia del analista para sostener su práctica. Y a partir de allí, Lacan replanteaba el estatuto de la interpretación, la transferencia y el final del análisis.

Y es también desde esa perspectiva que se dirige a examinar las condiciones de emergencia del síntoma, haciendo de las diversas modalidades del fracaso de la simbolización sobre lo imaginario y lo real la brújula para localizar, ahora del lado del sujeto, los efectos de dicho fracaso. Es allí donde comienza a situar la incidencia del superyó, como consecuencia del fracaso del Edipo, articulando el fracaso de la función paterna al superyó.

Así, en su seminario sobre la relación de objeto, Lacan señala la impotencia e insuficiencia de Herbert Graf, el padre de Hans, en el ejercicio de su función paterna, en las coordenadas de la emergencia de su fobia a los caballos[4].

Es interesante volver una vez más sobre ese momento porque encontramos ya allí una clave para pensar las formas actuales del autoritarismo en nuestra época, con la evaporación del padre, es decir el autoritarismo que surge del padre… a lo peor.

Recordemos que el padre de Hans interviene siguiendo las recomendaciones de Freud. Se hace portavoz de las mismas y sin embargo Hans reacciona por una vía distinta de la esperada que él le sugiere.

Dos son las cuestiones sobre las que incide Herbert Graf. En primer lugar, con una maniobra directa sobre su culpabilidad, al explicarle a Hans « que esta fobia es una tontería […] relacionada con su deseo de acercarse a su madre. Además, como Juanito está interesado desde hace algún tiempo en el Wiwimacher, le hace saber que […] eso no está del todo bien […] y por eso el caballo es tan malo y quiere morderle ». Es un intento de introducir un poco de orden y control, señala Lacan, con una interdicción sobre la masturbación, pero que tiene resultados inesperados, pues el niño, que hasta ese momento tenía miedo a los caballos se siente ahora obligado a mirarlos.

Y Lacan añade en su comentario del caso, « puesto que le han dado permiso para mirarlos – los caballos- al pequeño Hans le ocurre como en los sistemas totalitarios, en los que todo lo permitido deviene obligatorio »[5].

Todo lo permitido deviene obligatorio, tomemos esta fórmula como un principio de elucidación de la ley de hierro que se impone en nuestra época y que viene en el lugar del nombre del padre.

Tendríamos que reflexionar sobre las modalidades contemporáneas del totalitarismo en nuestras próximas jornadas, a partir de las transformaciones del discurso del amo. El totalitarismo del siglo XXI no responde a la misma lógica que el del siglo XX. Con la evaporación del padre, como efecto del desarrollo de la ciencia y del discurso capitalista, el fracaso en la introducción de un orden simbólico y de la ley ha tomado otras formas que las que analizó Freud. Un totalitarismo que no se reduce a las formas autoritarias fundamentalistas actuales que buscan apuntalar por la fuerza un padre que no deja de descomponerse y que vemos avanzar en las democracias occidentales.

Pues encontramos también en las democracias atravesadas por el discurso capitalista formas del populismo que transmiten el mismo orden de hierro, pero esta vez en nombre de las buenas intenciones, de lo políticamente correcto y del derecho al goce, un derecho que deviene obligación sin discontinuidad.

Es así como, amplificado por las redes sociales y la horizontalidad propia de nuestra época se transmite en voz baja el mandato de la oscura autoridad del Otro, que susurra con voz dulce el ancestral imperativo divino : « ¡ Goza ! » ( Jouis ! ), ante el cual el sujeto sólo puede responder « ¡ Oigo !  » ( J’ouïs ! )[6].

[1] Lacan, J., La Dirección de la Cura y los principios de su poder, Escritos, Ed. Siglo XXI, 1984, p. 566.
[2] Arendt, H., ¿ Qué es la autoridad ?, en Entre el pasado y el futuro, Ed. Austral, 2022, p. 173 ; Kojève, A., La noción de autoridad, Ed. Página Indómita, 2020, p. 61.
[3] Lacan, J., Ibid., p. 565.
[4] Lacan, J., La relación de objeto, Ed. Paidós, 1994, p. 280.
[5] Ibid., p. 281.
[6] Lacan, J., La Angustia, Ed. Paidós, 2006 p. 91.

Fotografía : © Nathalie Crame